viernes, 21 de marzo de 2014

Lazarillo siglo XXI

Sevilla 23 Marzo, 2014
Estimado alcalde:
Así nací yo en un barrio pobre y marginado de la ciudad de Sevilla, donde las casas no tenían ni agua ni electricidad y donde no era extraño encontrarse más de una rata. Mi madre un
a humilde costurera que trabajaba para las familias más ricas, se puso de parto un caluroso día de verano. Fueron a ayudarles los que más sabían de medicina, pero fue un parto demasiado largo y difícil, al no contar con las comodidades de un hospital, mi madre perdió mucha sangre y no logró sobrevivir. Todos lloraron su muerte mucho tiempo pues era una buena persona. Pero mi padre no estuvo allí ayudándole, él solía estar en los bares bebiendo y más de una vez había llegado borracho. Al morir mi madre,  estuvo más de un mes en una depresión sin salir a la calle y sin comer pero seguía bebiendo para olvidar. Las vecinas de más confianza, entraban en mi casa a cuidarlo y le traían comida, a mi biberones, ya que aún era un bebe de no más de tres meses. Algunos nos daban pequeñas cantidades de dinero, porque mi madre era la que trabajaba y traía el dinero a casa pero desde que murió las personas nos ayudaban.
Ya habían pasado cinco años, y una de las vecinas que más frecuentaba por mi casa fue enamorando a mi padre hasta que esta le engaño para vender el piso y abandonarme en la calle. Los dos se fueron a un barrio mejor y no volví a saber nada más de él. Me quedé sola, por un momento me paré a pensar que hacer. Solo tenía ocho años, y jamás había ido a la escuela por lo que no sabía escribir o leer. Lo único que tenía era una manta y vestía unos viejos harapos. Cuando se hizo de noche me fui a un portal me tumbé y me eché la manta para poder taparme, como pude me dormir porque las lágrimas no paraban de salir de mis ojos.
 A la mañana siguiente, me encontraba en una furgoneta blanca y grande. Estaba conducida por personas que no conocía, estas no paraban de gritar. Había más niños como yo. Por el camino estuve hablando con varios de ellos. Una tenía solo dos años y estaba muy asustada, tenía una hermana de mi misma edad que me contó porque se encontraba allí y yo le conté lo mismo.  Nos hicimos buenas amigas y nos estuvimos apoyando en los momentos más difíciles. Llegamos a una casa abandonada en una carretera. Era vieja y estaba sucia con varias telarañas. No tenía electricidad había velas para alumbrar. Pude ver sacos con dinero. Allí había más personas hablando que hacer con todos nosotros. Les pregunté para que nos querían pero nadie me respondió. A todos los niños nos encerraron en un cuarto y se fueron a dormir. Pasados unos días, nos volvieron a montar en la furgoneta blanca, no nos dijeron dónde íbamos. Por el camino escuché que qué a todos nos venderían como esclavos y ganarían bastante dinero. Se lo conté a mi amiga pero no sabía si irse o no. Yo quería escapar y lo conseguí mientras estaban hablando con un hombre dentro de un local. Me escondí detrás de un gran arbusto aunque sabía que si me veían sería mi final. Por suerte escuché la sirena del coche de policía y vi como aquella furgoneta blanca se alejaba de mí. Pero esos policías si me vieron y me detuvieron montándome en su coche. Al llegar a la comisaría me hicieron numerosas preguntas que no pude responder porque me caí al suelo, sufrí un mareo. Levaba sin comer desde el día que me abandonó mi padre y ya había pasado una semana, solo me daban agua de un viejo pozo. Me dieron un poco de sopa con un buen trozo de pan, ahora me sentía mejor y me dejaron descansar.
 Al día siguiente ya sabían que hacer conmigo. Hace tiempo, antes de que yo llegara a la comisaria, llegó una noticia en el periódico de una pareja de ancianos que querían tener un hijo, pues se aburrían. Estos vivían  en el campo en una granja. El policía más joven que había en la comisaria llegó a mi celda y me sacó de ella para montarme en su coche. De camino a la granja me hizo todas aquellas preguntas del día anterior, las contesté todas y estuvimos hablando sobre mis padres, porque me encontraba detrás de aquel arbustos, le conté todo lo que me había pasado hasta llegar ahí. Era un viaje largo. Al fin pude ver un pequeño cartel en el que había escrito letras, no sabía lo que ponía puesto que como he dicho antes no se leer. Abrimos la puerta de la granja, esta era blanca y parecía que recién pintada. Continuamos con el coche hasta aparcarlo delante de la casa. Miré a mí alrededor, mientras que el policía terminaba de sacar las cosas, había animales como vacas, caballos, cabras, ovejas, gallinas y pollos. También había una gran pradera con mucho césped verde y bien cuidado y tenían un perro pequeño con un pelaje de color blanco y suave, se llamaba Mico. Nos dirigimos hacia la puerta y llamé al timbre. Pasados unos segundos, nos abrió una mujer de unos sesenta años, tenía canas y arrugas debido a la edad. Ella vestía un vestido sencillo de colores pastel tenía el pelo recogido en un moño. Parecía buena persona. Se presentó y dijo que se llamaba Rosario. Nos invitó a entrar en su casa. Esta estaba un poco desordenada pero muy limpia. En un sillón se encontraba su marido, un señor mayor de setenta años. Era calvo pero tenía barba y bigote y unas gafas cuadradas de color negro. Él vestía unos pantalones campestres y una camisa de cuadros marrones. Era muy serio pero no parecía mala persona, aunque le gustaba mucho beber cerveza y a veces estaba borracho. Se presentó y se llamaba Antonio. El policía se despidió de mí y dejándome un poco de dinero y algo de ropa nueva me dijo que fuera feliz.  Yo le abracé y levantando la mano le despedí. La mujer me preguntó si estaba cansada le dije que sí y me mostró una cama deje mis cosas dentro del armario y me quedé dormida. Aun no era por la noche, pero del camino estaba cansada, podrían ser las doce y media. Me desperté a las dos al escuchar el ruido de una olla que provenía de la cocina. Me levanté, por el camino me encontré a Antonio y le salude con una agradable sonrisa pero él no me sonrió seguía tan serio como siempre. Llegué hasta la cocina, no era muy grande. Allí se encontraba Rosario me dio a probar un poco de aquel guiso, estaba buenísimo. Más tarde nos fuimos a comer en una mesa que había detrás de la casa, en aquella pradera verde, que era mi lugar favorito. Una vez que acabamos de comer, salimos todos a cuidar a los animales a mí Rosario me enseñó como ordeñar a las vacas o como recoger los huevos de las gallinas. Antonio en cambio se fue al huerto, allí había plantado lechugas, zanahorias, tomates, cebollas y más verduras pero no conocía su nombre. También me enseñó a cultivar y me dijo cuál era cada una de aquellas verduras.
 En esta casa estuve durante cuatro años, cada día me lo pasaba mejor hasta que un día, Antonio cayó gravemente enfermo y unos días después murió. Rosario que para mi era como mi madre estaba muy triste y no paraba de llorar. Durante un tiempo siempre me gustaba estar con ella y apoyarla pues no quería verla triste. Pasó seis meses, para que Rosario volviera a estar bien, no tan contenta como antes pero se le veía más animada. Yo le ayudaba en todo lo que me pidiera.
 Un día muy caluroso del mes de Julio, el día más triste de todo mi vida, Rosario con sesenta y cuatro años a punto de cumplir sesenta y cinco sufrió un mareo y de la caída se dio un gran golpe en la cabeza con un muro de piedra y rápidamente murió. De nuevo estaba sola, decidí llamar al vecino de al lado porque era una buena persona seguro que me ayudaría. Me dirigí hacia su casa llamé al timbre pero no me abrió nadie. Estaba agobiada y al mismo tiempo lloraba. Por suerte llamo al timbre de mi casa un hombre que solía comprarle huevos a Rosario. Le conté lo sucedido, el hombre me creyó. Me dijo que me compraría la granja y yo me podría quedar con todo el dinero que me diese. Sin pensármelo dos veces la vendí aunque estaba un poco triste ya que en esta casa había pasado bueno momentos.

 Ya tengo 17 años y con el dinero que gane vendiendo la casa he intentado vivir lo mejor que he podido comprándome una  en un barrio mejor del que yo nací. Espero que me conceda mi plaza para poder estudiar y más tarde darme un buen trabajo.


domingo, 9 de febrero de 2014

Complemento de régimen

Era un día de verano, estábamos en la casa del pueblo con toda la familia. Estábamos pensando  dar una vuelta con las bicicletas por un camino junto a un gran lago, pero dependía de si tenían ganas. Después de hablar de esto un buen rato decidieron que irían. Iban toda la familia desde los más mayores hasta los más pequeños. Entonces, coincidieron con vecinos del pueblo que también estaban dando una vuelta con sus bicicletas, se unieron e iban todos juntos. Pero cada vez iban más deprisa, y se olvidaron de un niño pequeño que no podía ir más rápido. Se acordaron de él y retrocedieron para ir a buscarlo. Este estaba acostumbrado a quedarse el último y trataba de no llorar.  Sus familiares le contaron que se habían olvidado de él. Al final se fueron todos a la casa y hablaron del día.